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Sección Editorial

"El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho"

- Miguel de Cervantes Saavedra

Eduardo VIII, el rey que abdicó por amor.

Un derecho y un privilegio no es lo mismo.


En la educación que recibieron los hijos del rey Jorge V, la dura disciplina, los ‘modales reales’ impuestos por la Iglesia, así como los estereotipos de la época (principios del siglo XX) fueron determinantes para que, con el paso de los años la corona británica estuviera en tela de juicio y ¿por qué no decirlo?... en crisis.


Luego de la muerte del Rey Jorge V, y la tensión ya creada por muchos, en especial, por la prensa británica acerca de la pareja consorte de uno de los solteros más codiciados de Reino Unido, aunado a la responsabilidad de llevar la corona y dar continuidad a una nueva administración del trono real, llegaba una disputa entre el sucesor Eduardo VIII y su hermano Alberto, el duque de York, quien luchaba contra su defecto del habla.


Eduardo VIII era el hijo mayor de Jorge V, por ello, el que se viera acompañado en los eventos sociales privados por una señora estadounidense llamada Wallis Simpson era alarmante para la sociedad, y no sólo por el hecho de no pertenecer al círculo social de la realeza, sino porque ya se había divorciado en dos ocasiones, primero de Win Spencer, un piloto de la marina de los Estados Unidos, y luego de Ernest Aldrich Simpson, un ejecutivo del transporte marítimo.


Tiempo después de estas apariciones públicas, la prensa británica rumoraba que el matrimonio entre Wallis Simpson con el nuevo rey Eduardo VIII era inminente, un hecho que ni el primer ministro Stanley Baldwin estaba de acuerdo, un hecho que le horrorizaba.


La prensa británica guardó silencio sobre el tema hasta que Alfred Blunt, obispo de Bradford, dio un discurso a su conferencia diocesana el 1 de diciembre de 1936. Mencionó la necesidad que tiene el rey de la gracia divina y dijo: "Esperamos que tenga conciencia de su necesidad. Algunos de nosotros deseamos que dé signos más positivos de estar consciente".


La prensa tomó el sermón como el primer comentario público de una persona destacada sobre la crisis y se convirtió en noticia de portada al día siguiente. No obstante, cuando le preguntaron más tarde sobre el asunto, el obispo afirmó que en el momento en que escribió el discurso no había oído de Wallis Simpson.


El deseo de Eduardo VIII de modernizar la monarquía y hacerla más accesible, aunque era apreciado por muchas personas, causaba temor dentro del establishment británico. También provocó malestar entre la aristocracia, porque trataba sus tradiciones y ceremonias con desdén y muchos se sentían ofendidos por su rechazo a las normas y costumbres sociales.


Por su parte, el rey Eduardo VIII fue el primer monarca británico que insistió en su propósito de casarse con una mujer divorciada o, incluso, en pretender un matrimonio en el que cualquiera de los cónyuges estuviera divorciado. A pesar de que Enrique VIII separó la Iglesia de Inglaterra de la Iglesia católica con el fin de conseguir la anulación de su primer matrimonio, nunca se divorció, ya que todos sus anteriores matrimonios fueron previamente anulados.​



Cuando Eduardo provocó la crisis, la Iglesia de Inglaterra seguía sin permitir que las personas divorciadas se volvieran a casar estando en vida el cónyuge anterior. El punto de vista consensuado era que el rey no podría permanecer en el trono si se casaba con Wallis Simpson, una divorciada que tendría dos exmaridos vivos, algo que entraría en conflicto con su papel ex officio como gobernador supremo de la Iglesia de Inglaterra.


Visto desde la óptica legal, el primer divorcio de Wallis, que se llevó a cabo en los Estados Unidos por motivos de “incompatibilidad emocional”, no era reconocido por la Iglesia de Inglaterra y si se hubiera disputado en los tribunales ingleses posiblemente no habría sido reconocido bajo la ley inglesa. En ese momento, la Iglesia y la ley británica consideraban el adulterio como único motivo de divorcio. En consecuencia, bajo este argumento, su segundo matrimonio sería considerado bígamo e inválido y así con un posible tercer matrimonio.


Luego entonces, tras el respaldo de Churchill y Beaverbrook, su majestad, el rey Eduardo VIII sugirió transmitir un discurso en el que señalaría su deseo de permanecer en el trono o que sirviera para recordar que se vio obligado a abdicar por intentar contraer un matrimonio morganático con la señora Simpson. En una sección propuso decir:

“Ni la señora Simpson ni yo hemos intentado insistir en que ella debería ser reina. Todo lo que deseábamos era que nuestra dicha matrimonial llevara consigo un título y una dignidad apropiados para ella, como correspondería a mi esposa. Ahora que por fin puedo hablarlo con confianza, creo que es mejor irme por un tiempo, para que puedan reflexionar con calma y tranquilamente, pero sin dilaciones indebidas, en lo que he dicho.”

Baldwin y el gabinete británico bloquearon el discurso, afirmaban que podría impactar a muchas personas y que sería una grave violación de los principios constitucionales.​ Por convención moderna, el soberano podía actuar solo con el asesoramiento y consejo de los ministros o con la aprobación de los distintos parlamentos. En su búsqueda del apoyo del pueblo en contra del gobierno, Eduardo optó por oponerse a los consejos de sus ministros y en cambio actuar como un particular. Los ministros británicos opinaban que con el discurso propuesto había revelado su actitud desdeñosa hacia las convenciones constitucionales y amenazado la neutralidad política de la corona.


El 5 de diciembre, después de que le informaran que no podía mantenerse en el trono casado con Wallis Simpson y que le bloquearan su solicitud de transmitir al Imperio británico “su versión de la historia” por motivos constitucionales,​ Eduardo eligió la tercera opción.


Así pues, el 10 de diciembre de 1936 en Fort Belvedere, Eduardo VIII redactó el documento donde notificaba su abdicación en presencia de sus tres hermanos menores: el príncipe Alberto, duque de York (que lo sucedió como Jorge VI); el príncipe Enrique, duque de Gloucester; y el príncipe Jorge, duque de Kent.


Al día siguiente se le dio forma legislativa por medio de una ley especial del parlamento (Ley de la Declaración de Abdicación de Su Majestad de 1936).​ Según los cambios que introdujo el Estatuto de Westminster en 1931, la corona única para todo el Imperio británico había sido reemplazada por coronas múltiples, una para cada dominio, utilizadas por un monarca único en una organización entonces conocida como la Mancomunidad Británica.


La abdicación requería del consentimiento de cada estado de la Mancomunidad, el que otorgaron debidamente el parlamento de Australia, que en ese momento estaba en sesión, y los gobiernos de los otros dominios, cuyos parlamentos estaban en receso. El Estado libre irlandés reconoció la abdicación del rey un día más tarde, el 12 de diciembre, mediante la Ley de Relaciones Exteriores.


Finalmente, la última autorización provino de Sudáfrica, aunque declararon que la abdicación tuvo efecto allí el 10 de diciembre.​ El consentimiento real a estas leyes dio efecto legal a la abdicación y fue el último acto de Eduardo como rey. Como Eduardo VIII no había sido coronado, la fecha planificada para su coronación se convirtió en la de su hermano Alberto, ahora Jorge VI.


El 11 de diciembre de 1936, el día en que terminó oficialmente su reinado, Eduardo hizo una declaración radial transmitida por la BBC desde el castillo de Windsor, con la finalidad de explicar a la nación y al Imperio su decisión de abdicar.



Como ya no era rey, sir John Reith lo presentó como ‘Su Alteza Real’, el príncipe Eduardo.​ Churchill pulió el discurso final, que era moderado en el tono y hablaba sobre la incapacidad de Eduardo para hacer su trabajo “como hubiese querido” sin el apoyo de “la mujer que amo”.​ El reinado de Eduardo VIII duró 327 días, el más corto de cualquier monarca británico desde el polémico reinado de Juana Grey,​ más de 380 años antes. Al día siguiente de la emisión, dejó Gran Bretaña con destino a Austria.


Quien diría que, este hecho fragmentaría a la familia real, luego de que, Jorge VI asumiera el trono y la corona, un hombre que ni siquiera quería ser rey, pero que dejó un legado y logró animar a su pueblo en tiempos de guerra. Por otro lado, con el pasar de los años, la llegada de su hija al trono Elizabeth II, dejaría a la familia real en una situación parecida a la de su tío Eduardo VIII, una condición que dejaría un gran dolor a la princesa Margarita, condesa de Snowdon y hermana menor de la reina, quien se le restringió de involucrarse sentimentalmente de Peter Townsend.



Y los motivos que propiciaron el descontento de esta unión nos remonta al año de 1953, cuando Peter se divorció de su primera esposa y le propuso matrimonio a Margarita. Tenía 16 años más que ella, y tenía dos hijos de su matrimonio anterior. Margarita aceptó e informó a su hermana.

Aunque la reina Isabel II, aprobó el matrimonio, la iglesia se opuso rotundamente.


El gabinete británico también se negó a aprobar el matrimonio, y los periódicos informaron que el matrimonio era "impensable" e "iría en contra de la tradición real y cristiana". Durante dos años, la especulación de la prensa continuó. Los clérigos le dijeron a Margarita que no podría recibir la comunión si se casaba con un hombre divorciado.​ Después de cumplir 25 años, decidió que no se casaría con Townsend y cumpliría con su deber ante el país.


Lo anterior se confirma con la declaración del 31 de octubre de 1955, Margarita había comunicado a la prensa:

“Me gustaría hacer saber que he decidido no casarme con el capitán Peter Townsend. He sido consciente de que, sujeto a mi renuncia a mis derechos de sucesión, podría haber sido posible para mí contraer un matrimonio civil. Pero consciente de las enseñanzas de la Iglesia de que el matrimonio cristiano es indisoluble, y consciente de mi deber con la comunidad, he decidido poner estas consideraciones antes que otras. He tomado esta decisión completamente sola, y al hacerlo me he fortalecido con el apoyo y la dedicación inagotables del Capitán Townsend.”

Por último y para nuestra introversión: ¿De verdad el amor rompe barreras?, ¿Las condiciones sociológicas y económicas impiden que aflore un sentimiento tan poderoso?.


Referencias:

Font, C. (2021).  El rey que un día abdicó por amor y al que le acabó gustando que su mujer le humillara. El mundo.comhttps://www.elmundo.es/loc/casa-real/2021/12/10/61b1e403fdddffd8988b4586.html

Hooper, T. (Director). (2011). El discurso del Rey. [Película]. The Weinstein Company.

L.F.S. (2024). El amor imposible de la princesa Margarita y Peter Townsend. HOLA.com: https://www.hola.com/realeza/casa_inglesa/20220507209246/princesa-margarita-peter-townsend-historia/

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